Por Cristina Maya
Los acontecimientos socio políticos que antecedieron al nacimiento de Ezequiel Uricoechea, coinciden con una época de grandes cambios en la sociedad Neogranadina por la disolución de la Gran Colombia en 1830. Bogotá, la Capital, poseía apenas unos veinticinco mil habitantes y la pobreza producto de la guerra de Independencia era evidente. Estos hechos influyeron tangencialmente en la vida de Uricoechea nacido en Bogotá, el 9 de abril de 1834, en el hogar de don José María Uricoechea y Zornoza y de doña Mariana Rodríguez y Moreno, hija del Fiscal de la Real Audiencia de La Nueva Granada, Francisco Antonio Moreno y Escandón.
Uricoechea quedó huérfano de padre y madre a muy temprana edad, con dos hermanos menores y otro de veinte años, que haría las veces de guía y protector. En 1840 sucede una de las tantas revoluciones de la época llamada La guerra de los Supremos, compuesta por altos oficiales del ejército contra las fuerzas regionales, que fueron derrotadas a lo largo del territorio. Reinaban el bandolerismo y anarquía con tendencias al régimen federalista. Los Supremos querían propiciar la unidad del pueblo colombiano y al final de este proceso se impusieron los partidarios del régimen centralista especialmente el general Pedro Alcántara Herrán. Este acontecimiento perjudicó en gran medida el rico patrimonio familiar casi hasta la ruina.
Uricoechea realizó sus primeros estudios en tres escuelas privadas como eran las de aquellas épocas; primero en la de Dámaso Cuenca, luego en la de Eusebio Suescún y más tarde donde don Ulpiano González, a la que también asistió su amigo José María Vergara y Vergara. Cordovez Moure, citado por Mario Germán Romero*, cuenta en sus Reminiscencias, lo que significaba la enseñanza en ese entonces en que los alumnos eran apenas dos docenas y se instalaban en la casa del profesor en una pequeña sala, en las condiciones más precarias. Los bancos estaban destartalados y en vez de papel se ponía sobre el pupitre una cama de arena donde con palitroques copiaban lo que escribía el maestro en el también rudimentario tablero. Por lo demás estaba “el manojo de Chile” suspendido en la pared, con el cual nos vapuleaba las pantorrillas llegado el caso.”
Las cosas cambiaron después, en 1842, con la llegada de los jesuítas al territorio nacional; en 1845 se creó el Seminario Menor bajo la dirección del sacerdote español Ignacio Gomila, muy conocido en Europa y en Latinoamérica por sus conocimientos en matemáticas. El gobierno nombró al padre como profesor de esta materia en el seminario menor. Entretanto, Uricoechea había ganado el primer premio en el concurso de matemáticas y remplazado al padre en la cátedra de trigonometría. Por ese entonces tenía trece años. Pero Gomila le despojó del premio, porque, en vez de asistir a la presentación de uno de sus exámenes viajó a “Canoas”, la famosa hacienda de Soacha por ese entonces en manos de su familia, concretamente en las de Sabas Uricoechea, quien después hubo de vendérsela a don Pepe Urdaneta. En esa época las haciendas de la Sabana se remontan a poseedores tan importantes como José María Vergara y Vergara y su hacienda “Casablanca” junto a otras notables. En “Canoas” aprendió Uricohechea las labores del campo y pensó que algún día podría dedicarse a ellas, especialmente a la ganadería. A partir de allí la relación de amistad con el padre Gomila terminó y don Ezequiel quedó profundamente impresionado con la actitud del sacerdote. Solo se limitó a decir, declarando su anticlericalismo: “desde entonces conocí lo que son los tales frailes y los odio de todo corazón.”
Asi pues los talentos del joven Uricoechea se van desarrollando paulatinamente de modo que, desde sus primeros años, era fácil adivinar la multitud de inquietudes de carácter científico que desarrollaría en el curso de su vida. El primero en notarlo fue su hermano Sabas quien no dudó en enviarlo a los EEUU. para estudiar en la escuela de Flushing y luego al Yale Collage. Allí se graduó como médico a la temprana edad de los diez y ocho años. Su tesis de grado la dedicó al estudio de la quina y sus usos medicinales. Por ese entonces, se interesó también en la mineralogía, materia que llegó a dominar. Como fruto de estas investigaciones publicó en el New York Herald un estudio titulado “The goldeen mines of New Granada”.Poco después viajó a Gotinga Alemania, bajo la insinuación de Humboldt con quien estableció una estrecha amistad. Allí publicó La Memoria sobre las antigüedades neogranadinas, “considerada como el comienzo de los estudios arqueológicos en Colombia”, pues hace énfasis por primera vez, en algunos aspectos etnológicos de tribus indígenas colombianas y sus técnicas metalúrgicas. Extiende sus observaciones a algunas civilizaciones especialmente a las de México, Perú y Bolivia. La labor de Uricoechea, en este sentido, fue de extraordinario valor ya que antes no se tenía ningún aprecio por la conservación de estas piezas arqueológicas y eran fundidas a veces arbitrariamente, sin copiar siquiera el modelo, perdiéndose para siempre todo rastro de la valiosa obra. En Gotinga se gradúa como doctor en Filosofía y en Artes.
En 1855, viaja a Europa y a Bruselas donde realiza estudios de meteorología y astronomía que serían complementarios para su Mapoteca colombiana. A partir de 1858, de regreso a Colombia, se desempeña como profesor de la cátedra de química en El Colegio Mayor de Nuestra Señora de El Rosario. Escribe Elementos de mineralogía y funda con algunos de sus discípulos la Sociedad de Naturalistas Neogranadinos. Desde entonces el investigador se percibe como un americanista pues considera que casi todas las materias primas que se utilizan para la mineralogía deben conseguirse en América para evitar la importación de Europa y ahorrase la inversión. “El libre cambio-dice- es invención de los ingleses, porque les conviene, pero cuando se trata de productos de otros países los recargan con impuestos exorbitantes”. (1) Por ese entonces emprende el estudio del árabe que le dará el significado de ciertas palabras procedentes de esta ciencia sin tenerlas que traducir del francés, lengua de la que casi siempre se traducía.
Uricoechea pensaba que, así como las grandes culturas del mundo: la mesopotámica, egipcia, griega y romana habían dejado huella en la civilización humana, a través de sus obras de arte y de su cultura, las americanas debían hacer lo propio. De modo que la tarea nacional emprendida por este gran hombre no se apartó ni un punto de sus ideas y motivaciones iniciales y todo confluyó en un solo propósito: mostrar lo mejor de América y de nuestra patria, en todo sentido.
Por ello el estudio de una lengua tan antigua como el árabe, según su opinión, remite asimismo a la investigación etimológica de muchas de las raíces del español, como también a una literatura maravillosa. De ahí la necesidad de estudiarla desde el punto de vista de la lingüística y la filología. Gabriel Giraldo Jaramillo, Ministro de educación en la época en que Bélgica le rindió un gran homenaje a su antiguo profesor de árabe en 1966, resalta en su discurso de inauguración de aquel evento, el pensamiento de Uricoechea en relación con el interés que pudieran haber tenido los jóvenes que fueran a ejercer las profesiones liberales, como el comercio y la industria en el África o en el Oriente, de conocer a fondo la lengua árabe.(2) Desde sus investigaciones en Mineralogía, Uricoechea emprende, pues, asiduamente el estudio del árabe en compañía de Cuervo quien llega a dominarlo. A nuestro filólogo esta lengua le parece compleja por la cantidad de vocablos similares con distinto significado.No obstante en el Epistolario Uricoechea –Cuervo hace varios comentarios sobre algunas palabras árabes y su significado en francés que comparte con Cuervo.(3)
Su empeño por el dominio de esta lengua lo lleva a realizar, también un impresionante trabajo de traducción al francés de la gramática de Gaspari, escrita originalmente en alemán. Dicha traducción sufrió por parte de Uricoechea una serie de modificaciones y de adiciones con el propósito de adaptarla convenientemente al espíritu de la lengua francesa. Además, el incansable investigador viajó en 1880 al Oriente próximo, con el propósito de estudiar los dialectos sirios a fin de profundizar en ciertos aspectos de la Lengua árabe.
Vale la pena anotar que fue, gracias a la traducción de la gramática de Gaspari al francés, como pudo acreditarse el joven Uricoechea para hacerse merecedor de la cátedra de árabe en la Universidad Libre de Bélgica, Cátedra que, por lo demás, ya había inaugurado el Barón Bischffshein bajo el reinado de Leopoldo II, admirador también de estas culturas y quien había realizado viajes a Egipto, la India y China. El nombre con el que figuró dicha traducción en Bélgica fue el siguiente: Grammaire arabe de C.P. Caspari traduite de la quatriemme édition allemande et en partie remaniee par E.Uricochea, Bruxelles –Paris Dedicada, por lo demás, a don Rufino J. Cuervo.
Pero, como gran sorpresa, en 1878 escribe a Miguel Antonio Caro sobre su cátedra de Árabe en la universidad de Bruselas con 200 alumnos, cantidad que va disminuyendo luego a 40 y que finalmente clausuran por mala propaganda de la prensa contra el latinoamericano considerado como un simple “repetituer indigene”.
La amistad de Uricoechea con José María Vergara y Vergara fue estrecha y ambos formaron parte de El Mosaico. Don Ezequiel publica allí artículos como Observaciones metereológicas hechas en Bogotá, El Barón de Humbold, Francisco Javier Matis, Numismática Colombiana y otros. En 1860 aparece su libro Mapoteca Colombiana.
Tanto Uricoechea como Vergara compartieron un pensamiento muy similar en relación con el estudio de la lengua de los muiscas y otras comunidades indígenas de Colombia. Es muy conocido el interés de Vergara en su Historia de la literatura en Nueva Granada por destacar la necesidad de estudiar las lenguas aborígenes y el trabajo que muchos de los misioneros y clérigos de la Colonia, a quienes enumera puntualmente, realizaron con el ánimo de salvar todo este importante acopio lingüístico y publicarlo en forma de diccionarios y confesionarios. Asimismo, don Ezequiel refleja en sus Memorias sobre las antigüedades neogranadinas un interés similar sobre la cultura muisca y su orfebrería y al igual que Vergara se aventura a pensar, a partir de los estudios que el clérigo Paravey hizo sobre el calendario de estos indígenas, la posibilidad de encontrar una influencia del idioma japonés a partir de la similitud de las raíces en ciertas palabras.
Pero es en 1868 cuando don Ezequiel viaja a París donde funda la Biblioteca Lingüística americana que incorpora varias de esas lenguas indígenas en un total de 25 volúmenes. En el primero publica sus estudios sobre la lengua chibcha con el título de Gramática, vocabulario, catecismo y confesionario. Según el etnólogo Humberto Triana y Antorveza (4) la labor de Uricoechea estimuló el desarrollo de la lingüística aplicada como proyecto para una labor aculturadora sobre todo en las zonas del Putumayo donde se establecieron las misiones y a cuyo impulso contribuyeron el Obispo Rafael Celedón, Juan Nepomuceno Rueda y Monseñor Eugenio Biffi. En 1788 también se publica en París su investigación sobre la lengua Kóggoba acompañada de vocabulario. Del mismo modo se edita en 1882 un diccionario de la lengua Arhuaca para la enseñanza de los indígenas de la Sierra Nevada. Biffi consideró necesario el estudio de las lenguas indígenas previas a la enseñanza de los naturales para llegar a ellos al menos durante los primeros dos años de enseñanza. También sale en París en 1877, un diccionario castellano páez.
En París establece, por lo demás, negocios con Rufino J. Cuervo y Venancio González Manrique, sobre venta de libros y también sirve a Cuervo como comisionista en la venta de unas joyas que pertenecieron a su madre. Además, Uricoechea pretende obtener una cátedra de química en la Universidad de Buenos Aires para lo cual entabla amistad con Juan María Gutiérrez, escritor argentino con quien llevará a cabo más tarde correspondencia sobre temas de mutuo interés intelectual, aunque no haya resultado su vinculación como catedrático.
Su interés por las cuestiones americanas, ya señalado anteriormente, se vio acentuado en el curso de sus días. “Esta manía de cosas americanas es insaciable”, decía. Su pensamiento en esta materia partía de una reflexión sobre la independencia americana y su destino. No fuimos totalmente libertados pues América sigue dependiente de Europa en todo sentido cuando “solo los americanos deben dar la voz a los americanos”. No debemos dejarnos contagiar por teorías y políticas foráneas que alejan de nuestra verdadera idiosincrasia. Las cosas nuestras deben ser estudiadas por los propios americanos. Pero la comprensión de lo americano parte de un verdadero conocimiento de lo propio, de una verdadera conciencia de lo que somos en el concierto mundial, aduce.
Asimismo, planteó la necesidad y desarrollo de una geografía de América bajo la dirección del M: Quetelet, director del Observatorio astronómico de Bruselas. Paralelamente en el periódico colombiano El Porvenir, proyectó su idea de crear un Diccionario Biográfico Neo Granadino, dedicado a rescatar la historia de los personajes ilustres en las artes y las ciencias, aunque el trabajo no alcanzó a realizarse. Luego El Boletín de historia y antigüedades trató de rescatar estas biografías.
En 1868, cansado de las “guerritas” y después de la caída del General Mosquera, se ausentó del país para jamás volver. En carta a Caro dice que el gran error de su vida fue el de haber permanecido en Bogotá en épocas del predominio de los Gólgotas cuando, a su juicio, la instrucción pública estaba en su peor momento.
Una de las labores más importantes que desempeñó Uricoechea en Madrid, fue ayudar a la fundación de Academias Correspondientes de la española en el continente americano. La primera creada fue la colombiana en 1871. Don Ezequiel pensaba que existía un verdadero divorcio entre España y América y que la función de las Academias era zanjar estas diferencias dando a conocer la producción literaria americana. No obstante, creía también que debía existir independencia entre España y América. “Estas deben trabajar por su cuenta y tanto como les agrade sin guardar ni recibir órdenes, pero deben estar sí, en amistosa correspondencia, unas entre otras y con la española; solo así se conservará la unidad y la pureza del lenguaje. Si una de nuestras repúblicas necesita por sus producciones vocablos nuevos, las demás los aprenderemos y los aceptaremos; si por su modo especial de ser inventa giros desconocidos en el lenguaje que respondan a una necesidad o a una inspiración feliz, nadie los desdeñará pues la Academia es un cuerpo que estudia y que aprende cada día como todo hijo de vecino” (5).
Uricoechea tenía en este momento una concepción bastante tradicional de la lengua en el sentido de conservar su “Pureza,” como ya se anotó y consideraba además como ilegítimo la introducción de “neologismos de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América y alterando la estructura del idioma tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros que durante una larga elaboración reproducirán en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín” (6).
Siempre, con un sentido crítico, hubo de hacerle sucesivos reparos a la manera como se hablaba el español en España. Incluso en su libro El alfabeto fonético de la lengua castellana escrito en 1872 sugiere cuarenta letras o sonidos en vez de veinticinco con veintiocho signos que dicta la Academia. Está también en desacuerdo con ciertas clasificaciones de los gramáticos en “letras llenas, fuertes, débiles sordas, acentuadas, mudas ….”.
Un gran acontecimiento lo constituyó la aparición de Las apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano de Rufino José Cuervo en 1872. Uricoechea se dedica a estudiarlas y a anotar la primera edición que se conserva hoy como un tesoro por la riqueza de las observaciones del filólogo. Al año siguiente llegaron a París con un tomo dedicado a Uricoechea. No tarda mucho nuestro autor en alabar dicho trabajo que considera uno de los más eruditos del Cuervo. Paralelamente se propone estudiarlo y divulgar su aparición. “Lo felicito a U. por todo; pero lo regaño si no manda siquiera unos veinte ejemplares a París.” De modo que al poco tiempo Uricoechea, se propuso, de su puño y letra, hacer las anotaciones pertinentes a la primera edición de las Apuntaciones.
La estrecha amistad de Cuervo y Uricoechea está, por lo demás, cargada de anécdotas como lo apunta Günter Schütsz en su interesante artículo “Los sueños consulares de Ezequiel Uricoechea”, en el cual alude a sus gestiones para lograr que Cuervo fuera designado cónsul de Bélgica en Colombia, hecho que culminó en su nombramiento por el rey Leopoldo II. No obstante, el filólogo renunciaría, por considerarse inepto para una labor que requería unas excelentes relaciones públicas, las cuales nunca poseyó, por tratarse de una personalidad introvertida. Aunque, como lo anota Schütz, Cuervo permaneció con el nombramiento dos años más aún cuando estaba incluso viviendo ya en París. Uricoechea, por el contrario, poseía un temperamento extrovertido y dinámico que lo indujo a buscar para sí mismo el consulado en Berlín, aprovechando sus relaciones con Alemania desde su experiencia en Gotinga y el conocimiento perfecto del idioma. Infortunadamente esta ambición nunca llegó a convertirse en realidad (7). En Bélgica Uricoechea establece importantes relaciones con eruditos como Charles Louis Ruelens con quien compartió el interés por la numismática, la cartografía, la geografía y la antropología. “Los dos eruditos compartieron muchos intereses tales como la bibliografía, la biografía, la numismática, la geografía y la cartografía; también la americanística: ambos asistieron al tercer Congrés International des Américanistes que se celebró en Bruselas en septiembre de 1879 y para el que Ruelens fue nombrado miembro de la Comisión Ejecutiva del Comité Central de la Organización” (8)
Se desempeñó, por otra parte, como jefe de adquisiciones de la Biblioteque royale de Bruselas.
Más adelante Uricohechea emprende una publicación con el título Voces del Quijote que faltan en el Diccionario de la Academia Española, incluyendo una lista de cincuenta y ocho palabras. En 1872 edita su Bibliografía colombiana “unos 4000 títulos de publicaciones hechas en mi país, obra muy incompleta pero la única que existe”. (9) Se publica en la Revista Latino-Americana; es un trabajo metódico, científico y muy cuidadoso que infortunadamente no tuvo proyección por el cierre de la revista y la desaparición de los originales a la muerte de su autor.
Enseguida planea viajar a Siria, Alejandría, después A Beirut y finalmente Damasco. Allí piensa instalarse con un criado, una cocinera y una maestra de árabe. Después iría a vivir con una tribu en el desierto. Pero sus últimos deseos no llegaron a concretarse nunca; el esfuerzo mental permanente, las ideas fijas que lo llevaban a un insomnio constante, lo condujeron a contraer una apoplejía por lo cual fue trasladado al hospital de la Orden de San Juan de Beirut en el cual murió en 1880. El Cónsul de Bélgica por ese entonces se encargó de los funerales y la exhumación del filólogo. Por otra parte, el señor Luciano Laverde presentó luego un testamento que le habría confiado Uricoechea y en el cual encarga el envío de todas sus pertenencias a su hermano Sabas Uricoechea. Por iniciativa del Instituto Caro y Cuervo, sus despojos mortales fueron trasladados a Bogotá en 1970.
Ezequiel Uricoechea, según aduce Mario Germán Romero, es un experto en el género epistolar, además también en el de los refranes, que dejó muchos y en Bogotanismos y también en toda clase de extranjerismos. En su correspondencia con Cuervo a más de hablar de sus comunes propósitos literarios y de los debidos negocios, alcanzan a chancearse sobre sus vidas privadas. En epístola a Cuervo dice Uricohechea: “No solo U. sino todos me preguntan si doy los cinco a una madrileña. No, Rufino, ni por pasar el rato se me ha ocurrido semejante cosa…ya estoy muy viejo para emprender el camino del calvario. A todas mis amigas les digo que el día que me encuentren una rubia vaporosa, delgada, inteligente, instruida que me quiera mucho y me traiga siquiera dos milloncejos de renta, entonces sí. Todo lo aceptan hasta llegar al cuento de los millones; en llegando a ello ahí fue Troya ¡Todas me abandonan. Sin embargo, como todo puede suceder, le hago el encargo, y si por esos Nuevos Mundos hay una Ophelia, haremos de Hamlet, menos al final. No olvide pues la recomendación. U. si debería seguir el ejemplo de Venancio”(10).
Esta era pues, su personalidad, donde descollaban además del ingenio, un gran sentido del humor.
Por cosas del destino, buena parte de los escritos del filólogo se perdieron, incluso en manos de familiares, que ignoraron la importancia de este legado. Gran pérdida significó, entre otras, las respuestas de Cuervo a su correspondencia.
En homenaje a don Ezequiel Uricoechea, el Instituto Caro y Cuervo hace la siguiente alusión: “El nombre de Biblioteca “Ezequiel Uricoechea “ quiere ser una manera de homenaje al filólogo, al políglota, al fonetista, al bibliógrafo, al arabista, intuitivo cultivador de múltiples intereses científicos, viajero infatigable y ciudadano del mundo…Símbolo de su fe en América y de su preocupación por los estudios de estos temas americanistas es la aparición de esta serie dentro de las ya clásicas publicaciones del Instituto Caro y Cuervo ”(11).
Referencias:
- Ibidem, p.XXV
- Ezequiel Uricoechea. Noticia Biobibliográfica y Homenaje en la Ciudad de Bruselas. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo 1968, p.79
- Romero, Mario Germán. Epistolario, p 170
- Maria Stella González de Pérez y Maria Luisa Rodríguez de Montes. Las lenguas indígenas en la historia de Colombia. (Prólogo de Humberto Triana y Antorveza). Santafé de Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 2000, p.12.
- Romero, Mario Germán, pp.XLVII y-XLVIII
- Ibidem, p.XLVIII
- Günter Schütz. “Los sueños consulares de Ezequiel Uricoechea”.Thesaurus tomo LII.Nums 1,2,3. 1997 p.538
- Ibidem, p 519
- Ibidem, p.LXI
- Ibidem, Epistolario de Ezequiel Uricoechea con Rufino José Cuervo.pp 68-69
- Ibidem, Instituto Caro y Cuervo. Biblioteca “Ezequiel Uricoechea” p.17
Referencias:
- Romero, Mario Germán. Epistolario de Ezequiel Uricoechea con Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro. (Edición, introducción y notas de Mario Germán Romero) Bogotá, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, Archivo Epistolar Colombiano X ,1976.
- Maria Stella González de Pérez y Maria Luisa Rodríguez de Montes. Las lenguas indígenas en la historia de Colombia. (Prólogo de Humberto Triana y Antorveza). Santa fe de Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 2000
- Vergara y Vergara, José María. Historia de la literatura en Nueva Granada. Tomo IV, Volumen primero. Bogotá, Editorial Minerva,1931
- Triana, Miguel. La civilización Chibcha. Bogotá, Biblioteca popular de cultura colombiana,1951
- Günter Schütz. “Los sueños consulares de Ezequiel Uricoechea”.Thesaurus tomo LII.Nums 1,2,3. 1997